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Réquiem por el ChevetteHay una canción que dice que nada es eterno en el mundo, un refrán que habla de cuerpos débiles ante males centenarios, otro que induce a optar por lo malo conocido que por lo bueno no referenciado y un eslogan que rezaba "para lo que tu quieras que él sea". Todo lo anterior se relaciona con un mismo tema y un mismo objeto y parte fundamental de la historia del transporte de Colombia.
Así comienza la triste historia de "alguien" que convive con los colombianos desde hace 25 años y que, a pesar de que llegara cinco después de haber nacido en Inglaterra, se quedó en el corazón de cada uno de nosotros, aún después de haberlo gozado, querido, golpeado y en estos momentos, olvidado y discriminado.
Se convierte en tristeza un sentimiento de hermandad y utilitarismo que ha sido endilgado a un objeto que aún se ve, pero que ya miramos con desdén: el Chevette, aquel carro que deslumbró a todos y que ha dejado sentar en sus huestes, me atrevo a asegurar, a todos y cada uno de los colombianos citadinos a lo largo de estas dos largas décadas.
Es un carro que dentro de la sociedad perdió su condición de objeto y que obtuvo un estatus de miembro honorífico dentro de cada uno de nuestros hogares, ya que por donde camináramos, siempre encontrábamos uno dispuesto a servirnos de taxi, cuando no era miembro permanente del círculo familiar.
Hoy, después de tanto tiempo de haber sido ensamblado por Colmotores, de haber superado una apertura económica con sus importaciones desmedidas, de soportar la exclusión de los de alta gama, los efectos que dejan los años y los golpes en su "cuerpo", tiene que soportar el peor de los males y quizás el último, su olvido.
Su salida se ha prolongado gracias a aquellas virtudes de las que siempre hizo gala: versatilidad, economía y ser compacto; aunque hoy su retiro dista mucho de ser por la puerta grande de la historia.
La gente prefiere carros nuevos, más veloces y silenciosos, dejando atrás la potencia, dureza y seguridad que brindan las latas de su "cuerpo". En los paraderos de taxis prefieren coger otros a pesar de que en la línea venga nuestro amigo Chevy; por teléfono se aclara que no manden sino carros nuevos; en la calle quitan la mano cuando él aparece, pero la menean de nuevo cuando va tres metros adelante sin posibilidad de parar a recoger o retroceder a insultar, porque siempre pasa sin pitar o decir algo a sus verdugos.
Así pues, no dejemos que muera una parte importante en nuestra historia y de paso sus conductores, que se han portado como grandes preservadores y tutores de nuestro "amigo" y que cada día pasan afugias para sostener sus familias y un pedazo de nuestra historia. El olor a gasolina poco importa ya.